domingo, agosto 31, 2014

Testimonios: El Porteñazo fue una verdadera batalla


José Ramón López Gómez, médico de guardia del hospital “Molina Sierra” el 2 de junio de 1962
Puerto Cabello, 2 de Junio 2013 A sus 87 años de edad, rodeado del amor y cariño de sus seres queridos en la quinta “Por Fin” de la urbanización Cumboto Norte, el doctor José Ramón López Gómez recuerda cada minuto de la experiencia que a él le tocó vivir aquel 2 de junio de 1962, cuando el hospital del Instituto Venezolano del Seguro Social “Francisco Molina Sierra”, donde él estaba de guardia como médico residente, se convirtió en objetivo militar, luego de que los rebeldes y civiles alzados en armas lo tomaran e instalaran allí una ametralladora “punto cincuenta”, la cual fue accionada durante la refriega. A continuación el artículo titulado “Cuando el Porteñazo”, redactado por López Gómez y leído por él el 25 de junio del año pasado en la reunión de la Academia de Historia, capítulo Carabobo, efectuada en la sede de Cámara de Comercio de Puerto Cabello. Aquel 2 de junio Ese día amanecí de guardia como médico residente y en aquella soleada mañana, corría el rumor de que en la Base Naval “Agustín Armario” que estaba en estado de excepción en la sede la Armada y nada más. Ya a las 7 y 30 a.m. se podía escuchar en el ámbito de la ciudad, descargas de fusilería, el tableteo de las ametralladoras y el ulular de las sirenas de las ambulancias. Transcurridos algunos minutos fui llamado a servicio de emergencia para atender dos personas que habían ingresado aparentemente sin vida; al instante corrí a la emergencia y efectivamente encontré a dos civiles, un hombre y una mujer muertos, a quienes les sorprendió la balacera cuando se dirigían a sus respectivos sitios de trabajo. Por cierto, a ellos me unían lazos de amistad y compañerismo muy estrechos; por pertenecer uno, a un centro cultural del cual éramos socios; y la otra, por ser la secretaria del Colegio de Médicos de la ciudad. Fue entonces cuando nos informaron que había ocurrido un alzamiento cívico-militar con sede en la Infantería de Marina y que había motín de gente armada militar y civiles en el sector marítimo de la ciudad. Trasladados los occisos a la estrecha morgue del hospital y hecho un buen inventario de la situación, entendí que tenía que tomar medidas de emergencia inmediatas. Como residente más antiguo y en ausencia del director del hospital, para aquel momento residenciado en Valencia y por razones obvias sin poder acercarse al centro de salud, me reuní entonces con el personal médico y de enfermería representado este último por una ejemplar ciudadana, Mercedes Alcoser, enfermera titular graduada en la Cruz Roja Venezolana en Caracas y sobrina de Menca de Leoni, esposa de un alto secretario del Gobierno nacional, Raúl Leoni, ulterior presidente de la República. Debo agregar que Mercedes, mi amiga personal, entrañable profesional, valiente y abnegada mujer, sería mi compañera de trabajo incansable en aquellas terribles horas que tuvimos por delante. El grupo de médicos especialistas de guardia y todos los demás: personal auxiliar, laboratorio, farmacia, faena, aseo y cocina ya se habían incorporado a su rutina con el natural desasosiego propio de las circunstancias, pero puestos a la orden de quien esto escribe. Después del ingreso de mis amigos ya cadáveres, comenzó el trajín en la emergencia de nuestro hospital: la mayoría transeúntes heridos del combate que se escenificaba afuera.Tropas rebeldes tomaron el Molina Sierra Pocas horas después de iniciada la asonada, el “Molina Sierra” fue ocupado por una compañía de la Infantería de Marina comandada por un capitán de corbeta e integrada por personal civil armado sumado al alzamiento. Fue entonces cuando se nos llenó el “cuarto de agua” como suele decirse, heridos de ambos bandos, algunos ya muertos, heridos de bala de diversa gravedad y todo el mundo afrontando con valor las obligaciones del caso. Llegó un momento en que estaba activo todo el personal disponible para atender la emergencia y que no se daba abasto; por lo que fue necesario incorporar al personal que estaba libre, a quienes mandamos a buscar en breves notas de emergencia y en los vehículos disponibles: ambulancias, jeeps oficiales o particulares, etc. Nadie se negó a cumplir con su deber (cirujanos, hematólogos, médicos generales, anestesiólogos), todo el personal médico cumpliendo al unísono con la emergencia. Algunos de ellos fueron Enrique Guerra, Carlos Peraza, Jesús González Ortiz, Alfredo Guillén, Roberto Añez, Hernán Cortina y muchos más; la mayoría hoy fallecidos: enfermeras, titulares y auxiliares, ayudantes de emergencia, camilleros, personal auxiliar de nuestro grupo en el curso de aquellas interminables horas. Desde ese momento y lugar, con mi colega Enrique Guerra habíamos intervenido quirúrgicamente una cincuentena de heridos, algunos con desenlaces mortales por la gravedad de las lesiones existentes en aquellos cuerpos martirizados por la metralla y las balas, sé que también otros grupos trabajaron con igual tesón y heroísmo en aquellas horas En el Hospital Municipal también fueron atendidos muchos heridos por el personal médico y de enfermería presentes en ese centro de asistencia, de los cuales no puedo dar detalles, pero sí sé que trabajaron con igual interés y denuedo como lo hicimos en el hospital de “Molina Sierra”. Entre ellos recuerdo a los médicos Luis Alberto Vargas y Cosme Martínez. Objetivo militar A media mañana se hicieron presentes en el ámbito aéreo los aviones cazabombarderos que atacaron el Fortín Solano, ocupado por fuerzas rebeldes. El Comandante de las fuerzas leales de ocupación fue el Coronel Monch. Hubo momentos dramáticos difíciles de olvidar cuando nuestro hospital fue sitiado por un batallón proveniente de Barquisimeto y un proyectil de cañón 106 mm, de las fuerzas que cercaban el hospital, voló prácticamente el sexto piso del establecimiento que fungía de comedor, afortunadamente desocupado para aquel momento. Fue necesario tomar algunas medidas como solicitar al oficial ocupante del instituto silenciar una ametralladora de las llamadas “punto cincuenta” colocada en el patio de la edificación que daba a la calle adyacente, la cual mantenía un incesante, monótono y mortal “chaca-chaca-chacan”. Yo mismo conseguí una sábana blanca que pintamos con una cruz roja para señalar que éramos un hospital; de momento fui interrumpido en aquella misión, por el cañón de una pistola que alguien colocaba en mi sien para señalarme que estaba prohibido rendirse, anécdota circunstancial. Otra anécdota que referí fue, cuando en el hospital, y dispuestos a entregarse los militares rebeldes, un grupo de civiles, entre quienes se encontraba el señor Wefer, personal de la oficina de administración; Hernán Cortina, médico traumatólogo actuante y otros civiles, caminaron bandera blanca en alto, por la calle adyacente a la emergencia para solicitar el fin de la acción militar frente al hospital que en realidad para aquel momento albergaba más de un centenar de heridos y operados. Ya avanzada la tarde, al silenciarse el fuego, al cesar el estampido de fusiles, ametralladoras y el cañón, me tocó acompañar de forma respetuosa y silenciosa la revista por las salas de hospitalización repletas de heridos y enfermos comunes, acompañando al oficial y soldados encargados de tomar el edificio después de la rendición. Cumplido los requisitos de rigor, al aparecer los jefes naturales del hospital me tocó retirarme hasta mi casa, donde esperaban mis familiares angustiados por aquellos días que en mi condición de médico, encargado de la dirección del hospital del Seguro Social me mantuvieron alejado de mi hogar. Medio siglo después escribí estas notas como un respetuoso recuerdo de los aciagos momentos vividos en aquel entonces y el reconocimiento a todos los caídos y sufridos en la acción: rebeldes y leales, inocentes y culpables. Puerto Cabello vivió durante 48 horas una verdadera batalla por aire, tierra y mar con muchos muertos en la acción, muchos heridos y sufridos como huella del fragor de aquellas horas. La imagen de monseñor Padilla, aún presente en la esquina La Alcantarilla, en el cruce de las calles Juncal y Urdaneta, recogiendo el herido mortal: un oficial de los leales que murió en sus brazos, es otro hecho cuya huella ha permanecido a través del tiempo. Una fosa común en el Cementerio Municipal aún sirve de reservorio de las cenizas de leales y culpables, soldados y civiles, muertos en acción; y la de los testigos de excepción que cayeron por haber tenido el infortunio de estar en las zonas de combate como simples transeúntes. Un profundo respeto por la memoria de todos los que cayeron, algunos por sus ideales y otros en cumplimiento del deber. Honor a todos ellos.

Pausides Rodríguez
07:54 a.m. 03-06-13
ppmt2014